miércoles, 3 de septiembre de 2008

La insolencia y la intransigencia

"El desprecio de Catón por la educación era conocido por sus partidarios como 'franqueza', y cuando tildaba de canallas a los que estaban en desacuerdo con él, lo disimulaba bajo el término de 'integridad'"

Una frase de mis favoritas, del libro "El Joven César" de Rex Warner. Hay muchos más ejemplos, pero es interesante ver ese grado de insolencia elegante, esa descalificación bien escrita. ¿Por qué recurrir a insultos vulgares cuando puede hacerse con palabras más precisas y ciertas? Este libro es notable en eso. Otra cita al respecto:

"Fue ése un mal momento para Catón quien, al darse cuenta de que en sus manos tenía una carta amorosa escrita por su hermana, y al mismo tiempo que estaba siendo objeto de la más ansiosa atención por parte de los senadores, convencidos de que iba a producir una prueba de la más notoria importancia, apenas si supo qué hacer. Al final procedió con su estupidez e indelicadeza características arrojándome la carta con las palabras: 'Tómala, borracho'. Lo indelicado estaba en la acción, la estupidez en las palabras, porque aunque el propio Catón era conocido como un consumado bebedor (...) la embriaguez, en cambio, era uno de los pocos vicios del cual jamás fui acusado siquiera por mis enemigos".

Creo que no hay que ser insolente por la vida. Insolente en forma calculada, meditada, la insolencia con groserías explícitas en general no es justificable. Pero hay personas que casi se merecen la insolencia calculada. Para mi gusto -y esto es algo de gusto- son aquellas personas intransigentes, que, realmente, tildan de canallas a quienes no piensan como ellos. En nuestro país... bien, la izquierda dura. Es cosa de ver una asamblea en Juan Gómez Millas para ver un pintoresco ejemplo. Aunque claro está: casi todos los asistentes a esas asambleas están de acuerdo. ¡Ay del que se atreva a levantar la mano -ni soñar con voto secreto- contra alguna propuesta del Partido! Lamentablemente, la idea ilustrada de que "el mundo es una gran mesa de negociaciones", de que podemos ponernos de acuerdo siempre, que hay que buscar esas pequeñas cosas en que podemos estar de acuerdo para empezar a construir a partir de ahí, no es más que una ilusión. Existen situaciones en que las diferencias son tan radicales que no pueden ser resueltas por el diálogo (y de hecho no se hace de tal manera). Pero no creo en la violencia para resolver estas situaciones. Siempre hay alguien al que no le va a gustar la decisión de la mayoría, pero hay que intentar provocarle el menor perjuicio posible. Aquellos que no les importa -me remito al ejemplo de J. G. Millas-, creo que merecen ser tratados con insolencia. La consideración por el otro es algo básico si queremos discutir.